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El valor de un vínculo

Tuve alguna vez un cliente muy especial. Tenía una gran pasión por la moda y un recorrido importante haciéndose trajes, ya que los usaba de forma intensa y constante: solía hacérselos con Brioni, en Italia, o en Savile Row, en Inglaterra.

Llegó a mi taller por casualidad, a raíz de una urgencia: se le había caído el botón de uno de sus trajes y tenía una reunión importante en ese momento. Justo pasaba frente a mi atelier y, al verme trabajar por la ventana con trajes a mí alrededor colgados, supuso que podía hacer algunos arreglos rápidos y sacarlo de apuros.

Yo me ocupe de su traje, mientras tanto él curioso, como era, se puso a revisar algunos de mis trabajos. Tenía un ojo entrenado, y enseguida dedujo que no hacía arreglos comunes, sino sastrería artesanal. Me preguntó por mi experiencia, y me dijo que hacía tiempo quería probar hacerse algo local, pero siempre con muchas dudas, ya que aqui no encontraba el mismo nivel que en Europa.

A los pocos días volvió a mi atelier con una tela que había comprado en Italia. No era una tela cualquiera: era una gabardina. Un tejido difícil de trabajar, ya que absorben mucha humedad, tienden a encogerse y exigen precisión quirúrgica en los cortes a raíz de este problema. Solo puede trabajarse en ambientes secos, y Buenos Aires, con su clima húmedo, no ayuda. Me la trajo como quien pone a prueba algo. Quería ver cómo respondía yo frente a un desafío técnico real.

A lo largo de varias pruebas fuimos ajustando el calce hasta dar con un molde que le encantó. Él tenía una contextura física muy particular, así que necesitaba un traje realmente pensado para su cuerpo, no uno en serie. Cuando vio el resultado, no solo pidió que ese molde quedara reservado exclusivamente para él, sino que también quiso que yo fuera su sastre personal.

A tal nivel que me ofreció trabajo constante a cambio de total exclusividad. Algo que era difícil para mí en ese momento ya que tenía otros clientes, que confiaban en mí trabajo para realizar sus prendas, y con los cuales había una relación y un vínculo de trabajo constante por años.

Finalmente acepté. No quería perder la oportunidad de probar tal experiencia, con alguien que sabía tanto del mundo sartorial y con el cual se abrían grandes posibilidades de crecimiento.
Desde entonces, comenzó a traerme telas de distintos estilos, ya que viajaba por todo el mundo. Muchas de ellas difíciles de conseguir, y gracias a eso fui ganando experiencia con tejidos poco habituales, aprendiendo a dominarlos con paciencia y dedicación.

Así sostuvimos esa dinámica por un par de años, y fue tal su compromiso conmigo, que tras su fallecimiento, su esposa se acercó al taller a saldar la deuda que él había dejado pendiente, con la instrucción expresa de que yo debía terminar todo lo que él había encargado, está vez adaptado para sus hijos, los cuales empezaron seguir su misma tradición hasta el día de hoy.
Conocerlo fue una experiencia valiosa. Me exigió como pocos, me dio acceso a telas que nunca hubiera imaginado tocar, y me hizo crecer como sastre. Pero más allá del oficio, me mostró el tipo de vínculo que se puede construir cuando alguien confía plenamente en tu trabajo.

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